Se puede ser feliz y no morir en el intento?
Sentado cuál grotesco buda en la popa de aquel velero, mis piernas sumergidas en el agua
formaban nubecillas de espuma blanca que quedaban flotando a la deriva con un
destino incierto, volutas de humo salían de mi boca como danzarines serpenteantes hacia el
infinito.
Aquel atardecer tenía algo mágico, la noche cabalgaba sobre las olas
en nuestra busca, el sol se escondía tímidamente en el horizonte, avergonzado
de haber regalado al mundo tanta belleza, algunos peces saltaban sobre las olas
hacia ninguna parte huyendo de un enemigo invisible, las gaviotas en el cielo cuál Juan Salvador se elevaban y descendían en
un juego incruento contra el viento con un único vencedor, su propia libertad, al
fondo a lo lejos la entrada del puerto se vislumbraba salpicada de velas,
blancas, con franjas azules, amarillas, rojas, dejando entrever gente sobre las
cubiertas, caminando como autómatas, recogiendo velas y agitando los brazos formando extrañas cabriolas felices de estar vivos,
todas aquellas sensaciones se agolpaban en mi como aquel carrusel de
feria que gira y gira, del que a cada giro vemos un caballito nuevo, un
cochecito aquí un elefante allá, sueños
cumplidos y todavía no alcanzados,
aquella playa con su blanca arena, aquella horrorosa toalla que resaltaba
todavía más tu belleza, aquellos canales de Venecia por los que nos perdíamos
sintiéndonos como Montecchis y Cappellettis, aquella mano tuya sujetando el
seno de Julieta con aquella sonrisa que iluminaba todo Verona, la tarde aquella desde aquel mecano de hierros,
Paris a nuestros pies con sus luces
susurrándonos al oído un te quiero , el sonido de la llamada desde los
minaretes en las placidas tardes de oriente con aquel aroma a incienso que nos
traía la brisa, aquellos sabores, olores y colores que no fui capaz de plasmar en papel
pero que fluyen como ríos de luz en mi interior. Sentí de nuevo tus manos recorriendo mi
espalda, mis brazos abrazándote como si
ese fuese el último abrazo en el atardecer de mi vida. De pronto el sonido proveniente
de la campana que colgaba del mástil me alejo de aquel mundo de cuentos y recuerdos,
vi partir, alejándose de mí en la
oscuridad, alegres amaneceres a tu lado, placidos atardeceres cogidos de la
mano, intensas noches de valses y clarines. Realmente, sin ropa, desnudo y con los pies en el agua me sentía feliz de
vivir, tal vez aquel wisky en mi mano ayudara algo también. Después de todas estas elucubraciones
recostándome sobre un mullido cojín me dije a mi mismo: La verdad es que esto y no hacer nada, es lo
que más me gusta.
Más vale ser gaviota que concha de ostra, o algo así
Me dejas sn palabras."..con un único vencedor, su propia libertad...". No se dónde comienza el sueño y dónde la realidad en tu relato, y esto me ha gustado porque tiene muchas lecturas. Lo que tengo claro es que sólo saber lo que nos espera, ya la piel comienza a prepararse. Tengo la sensación que te encanta la metáfora porque te aleja del sentido principal.
ResponderEliminarEncuentro en esta entrada, palabras que me recuerdan a tatuajes imborrables sobre un corazón...lo qué no tengo claro es si es un corazón herido o dichoso.
me ha gustado más qué mucho y creo que escribes francamente bien. Me has sorprendido. SI!.
Un abrazo